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sábado, 13 de septiembre de 2014

Sueño Lúcido.

Estaba de pie en el tramo más seguro del escenario principal, había pasado por dos o tres escenarios diferentes buscando el hueco que me permite hacer cambios en mi sueño. Mi mente estaba agotada y no sabía cuanto tiempo llevaba durmiendo o cuanto tiempo me quedaba.

Miré hacia la oscuridad, ahí donde mi mente no había diseñado nada. Ahí, justo donde mi sueño acababa, ahí donde no habría ido de no haber estar consciente en mi sueño y entonces caminé hacia allá. Mi inconsciente rápidamente comenzó a construir un escenario que sostuviera mis pies, pero no se lo permití, de modo que comenzó a desarmarse todo. Mi sueño comenzaba a acabarse.

Cerré mis ojos y me concentré. Sentí que todo a mi alrededor se desarmaba. Pedazos del escenario antiguo giraban bruscamente en los espacios destruidos del escenario presente. Las paredes a mi alrededor se desintegraban y la oscuridad como una ola apacible se deslizaba en los suelos devorando las mesas, las plantas, las personas, la música y todo a su paso, mientras yo me esforzaba por recordar como era su cabello, donde estaban sus lunares, la forma de sus manos, como se oía su voz y poco a poco mi mente dibujó el perfil de su cuerpo, pero no pasó nada con su rostro. Éste estaba dolorosamente vacío.

Abrí mis ojos rendida y ahí estaba, a tres metros de mi, sin vida. Tal cual lo había dibujado en mi mente. El desastre estaba por alcanzarlo, así como la tristeza estaba por arrollarme. Di un tímido paso hacia mi creación y entonces algo cambio. El levantó su rostro y me miró.

Era él, tal cual se veía en los días en que aún era parte de mi vida. Había logrado dibujarlo perfectamente. Él tomó parte de lo que quedaba de escena y comenzó a hablar con alguien cercano a él. Entonces... a pesar de que yo sabía que era solo un sueño, a pesar de que sabía que no era él realmente, yo corrí y me lancé sobre él.

- ¿Que pasa? - me preguntó extrañado mientras me recogía en sus brazos, tal como lo habría hecho hace años atrás.

Todo a nuestro alrededor comenzó a girar con mayor brusquedad y ya ni de un suelo era consiente: solo permanecía su abrazo y el calor de su cuerpo.

Yo sabía que me quedaban no más de cinco segundos, yo sabía que el desastre nos alcanzaría y que ni en mis sueños podría retenerlo a mi lado y esa fue la verdad más dolorosa que jamás enfrenté.

–Ni sueños amor, ni en sueños– amargamente le susurré.

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