Mientras escribo esto pienso que quisiera de algún modo poder fotografiar los últimos años, y así quizás, plasmar esas imágenes que resultan tan duras y tristes del vacío que vas calando en la persona que más amo.
Quizás no existan palabras, quizás no haya forma de explicarlo… quizás por eso no has logrado entender lo que pierdes día a día al ignorar al niño que dices amar.¿Mi papá se olvidó de mí? – Me pregunta el niño que abrazo en las noches – ¿Por qué no me llama? ¿Por qué no viene? – Yo nunca tengo respuestas, solo más preguntas. – Dios es nuestro padre – le digo – Él es todo lo que necesitamos. Él cuida de nosotros – Me mira triste y asiente en silencio, pero algo no le calza.
Entre sus amigos, él es quien más habla de su papá – Vive en Santiago – les cuenta – Tiene un trabajo muy importante y yo iré en vacaciones a verlo – dice. En octubre comenzaba a desesperarse por viajar y estar contigo. Contigo… que ni lo llamas, contigo… que ni lo visitas. Contigo, que ni supiste que la semana pasada pasó una noche con fiebre y que entre su dolor te llamaba. Él, por sobre todas las cosas, ansía verte.
Vamos al parque y mientras juega con otros niños, de pronto, lo observo con la mirada perdida en la escena de un niño que juega con su padre. Sacude su cabeza y vuelve a jugar. De vuelta a casa no dice nada, pero camina barriendo las calles con la mirada, como arrastrando un pensamiento a fuerza de no querer aceptarlo. Yo no le hablo de ti porque hará preguntas, tiene miles y por mucho que duela, yo sigo sin tener respuestas.
Me pregunto si pensarás en él siquiera la mitad de lo que él piensa en ti… me pregunto cómo puedes dormir en las noches sin saber si tu hijo está bien o no, si no le hicieron algo en el colegio, porque sabes que siempre lo han molestado ¿Cómo puedes cerrar tus ojos sin antes escuchar su voz? Deberías darme la receta, a veces despierto cuatro o cinco veces en la noche solo para cerciorarme de si está bien tapado o si duerme bien.
Cada noche nos acostamos y el ora. Él le pide a Dios por ti, por tu familia y su oración se vuelve clamor y a veces hasta lagrimas derrama rogando por ti, para que nada malo te pase, que sus ángeles te cuiden, que te dé tiempo para que vengas a verle… mientras tú vives tu vida lejos, como una persona que no tiene ninguna responsabilidad en la vida y sintiendo que me haces un favor al depositar una miserable cantidad en mi cuenta cada mes (En aquel tiempo en que aún lo hacías). Quizás te digas a ti mismo que es más de lo que hacen otros y tal vez sea muy cierto, pero si eso es lo te hace un buen papá, entonces mira a tu hijo a los ojos y díselo tú mismo.
Dile que el dinero que mandas a fin de mes debe consolarlo mientras llora porque tuvo una pesadilla, dile que ese dinero debe enseñarle a jugar a la pelota y cantarle feliz cumpleaños. Ese que no le cantas desde hace años. Dile que ese dinero debe compensar las veces que le dices que vendrás y no llegas, o que debe ocupar el asiento vacío en los actos del Día del Padre. Y es cierto que yo puedo ocupar todos esos lugares, y puedo enseñarle todas esas cosas.
Yo puedo sin ti… yo, pero no él, por mucho que me duela aceptarlo. Siento que hay hombres que insisten en eso de que hay mujeres que somos madres y padres para excusarse. Pero no, es solo otra forma de engañarse. Uno es cien por ciento mamá, yo no puedo ser padre de mi hijo, ese vacío no lo puedo llenar yo.
No te permito que ni con buenas intenciones te atrevas a cargarme tan grande responsabilidad, porque escapa de mis posibilidades incluso biológicas. Yo soy su mamá… mientras tú juegas a las escondidas.
Recuerdo la última vez que discutimos. Dijiste que llegarías el sábado en la mañana. Yo lo desperté temprano, se arregló como nunca y quiso preparar el desayuno. Yo lo dejé, así me puse a ordenar otras cosas y cuando volví él estaba pegado a la ventana esperando. Miré la hora, eran las nueve aproximadamente – Ojala no tarde mucho – pedí en mi fuero interno, pero dieron las once y mi hijo no se había movido un centímetro de la ventana, la comida se había enfriado y a cada rato él decía “Parece que ahí viene” “Ese si es mi papá” “Ahí viene un colectivo” “Viene una micro” “Ahora sí que viene” Pero cuando te llamé estabas en otra parte. Habías pasado a ver a un amigo. Sabe Dios porque no avisaste, pero al menos yo si supe cuáles eran tus prioridades. Llegaste a las cinco de la tarde. Y después de que lloró un rato, después de que pasó de la tristeza a la rabia y luego frustración, cuando llegaste aún le quedaba alegría para ti. Cuando al fin tocaste la puerta saltó del sillón y corrió a lanzase en tus brazos.
Podías dedicarle dos días cada semestre, pero ni eso le dabas. Solo una tarde y una mañana y eso era cuando te dignabas a venir. Porque lo dejaste esperando incontables veces en la misma ventana. Le cancelabas un día antes, después de que él había transmitido al mundo entero tu llegada ¡Si hubieses podido ver su mirada mientras escuchaba tus excusas! Si yo fuera Dios, no tendrías perdón.
He optado por no decirle que vendrás hasta que no has tocado la puerta de la casa, LA vez que vienes al año. Así evito ver esas lágrimas para las que no tengo consuelo suficiente, o ver esa mirada perdida en medio de un rostro roto por esa decepción que no le cabe en el cuerpo.
– ¿Por qué mi papá me miente? Nunca cumple lo que dice – Se pregunta. Yo siempre trato de bajarle el perfil y hacerlo pensar en otra cosa. Pero esa duda está escrita en sus ojos, está en ese tinte de tristeza que se ha teñido en su mirada.
Cuando era más pequeño y se acercaba la fatídica fecha del “Día del Padre” se emocionaba. Tenía que prepararle algo a su papá porque estaba lejos y tenía que enviárselo. Pasaba días angustiado porque quería hacer algo hermoso, algo que llamara tu atención, algo que significara o mereciera al menos una llamada de vuelta ¡Le has retribuido tan tacañamente todo su amor y devoción a ti! Esa fecha cada vez significa menos para él. Tu cada vez, cada día, cada asiento vacío, cada excusa, cada silencio y cada ausencia vas significando menos para él.
Quisiera decirte que llegará un día en que al fin te acuerdes de llamarlo y él pondrá el celular en silencio, que llegará un día en que quieras verlo y el estará demasiado ocupado contando las nubes para darte un tiempo, pero ¿Sabes qué? Ese día no llegará. Porque conozco a mi hijo y sé que te seguirá esperando, te seguirá recibiendo con una sonrisa y seguirá emocionando cuando le vengas a ver. Me di cuenta de eso el día que supo que le mentiste, pero aun así quiso verte. A él no le importa que le mientas, a él no le importa que falles o que tardes. A él lo único que le importa es que a pesar de la hora, el lugar y tus promesas rotas; llegues.
Él te sigue esperando… y sabes que nunca te he negado la entrada a la casa. Esa no puede ser tu excusa. Pero tú, aun pudiendo llamarlo gratis, no lo haces. Aun pudiendo organizarte para venir al menos unas 3 o 4 veces al año, vienes solo una y llegas tarde ¿Cómo puedes decir que lo amas? ¿Cómo puedes tener su foto de portada en Facebook? ¿Cómo puedes hacerte la víctima frente a tus amigos del padre que sufre por la distancia cuando no tienes idea de cuantas veces se enferma al año, de las materias que le cuestan en el colegio o como se llaman sus amigos? Tú no sabes nada de él, eres eso que define el diccionario, eres quien engendró, pero te estás perdiendo ser el héroe de un niño para quien, hasta hace unos años eras el más grande del mundo. Tú eras lo que él deseaba ser ¿Qué sabe él de que lo engendraste o no? Él nunca te llamó papá por eso, él te dice papá por todas esas cosas que espera de ti y que tristemente nunca recibe.
Me encuentras loca y exagerada, poco comprensiva y exigente, pero esto no se trata de mí, ni siquiera de ti. Tú y yo decidimos escribir un libro aparte y ese día esto dejó de tratarse de nosotros. Ahora solo se trata de él: Se trata del niño que te espera pegado a la ventana con el corazón palpitante, de su mirada resplandeciente en cuanto cree verte en la silueta de un desconocido. Se trata del niño que ha tenido que conformarse con lo que te sobra y de los ojitos ilusionados que me preguntan a cada momento – ¿A qué hora llega papá? –. Pero por sobre todo, se trata de cómo vas hiriendo ese corazón con las promesas que no has sabido cumplir y con el vacío que solo has sabido hacer crecer.