Paso mis días leyendo el canto
de almas solitarias.
A veces entre sus palabras, siento que
lloraron mi propia alma. Mis propias penas. Cobijo absurdo de una soledad que se ha calado por el umbral de mi puerta.
Me senté en el pórtico a pensar en el caudal de angustias del mundo y solo se que renació en mis ojos pintados de recuerdos, que blandió
sobre mis cuerdas su daga y liberó el
cuerpo inerte sobre una cama demasiado blanda.
Asida al
llanto mudo.
Ya no tengo
consuelo para la niña triste.